lunes, 2 de junio de 2014

Un análisis de las Elecciones Europeas

Desde el Parlamento Europeo, el FMI y la Troika se exigen medidas de recortes y de austeridad para sacar a los países europeos de la crisis. Las recetas que dan estos organismos están basadas exclusivamente en variables económicas. Suponiendo, que es mucho suponer, que sus recetas sean acertadas, ya que parece que la realidad es testaruda en reconocer sus bondades, estas directrices se emiten sin tener en cuenta el factor humano. Sólo los números, los índices, las estadísticas guían sus fríos designios, sin considerar qué efectos van a causar en la población que vive en los distintos países, especialmente en los del Sur.

Es fácil pedir esfuerzos desde la comodidad de un buen puesto y un excelente sueldo. Todo se hace, dicen los prohombres, en pro de buscar el bien del pueblo. ¿Seguro? Más bien, uno empieza a pensar que lo que guía sus decisiones es buscar el mantenimiento de un sistema económico que garantiza el statu quo de los más acomodados. Sólo desde la seguridad que da tener una cuenta solvente y la certeza de que se va a tener en un buen futuro, se pueden pedir continuos recortes en el Estado de Bienestar. Si los que dan estas recetas fueran usuarios de la sanidad pública, educación pública o alguno de sus familiares estuvieran en paro, tal vez no se atreverían a dar sus fetuas tan alegremente. Habría que analizar qué es lo que se busca con tanto recorte: si la viabilidad económica de los países o el desmantelamiento del Estado de Bienestar, tan incómodo y al parecer tan caro para los más pudientes.

Las políticas de austeridad -que encierran un fondo de egoísmo e insolidaridad- que se están llevando a cabo en Europa no pueden ser ni gratis ni ilimitadas. No se puede atornillar tanto a los ciudadanos y pensar que las consecuencias van a ser inocuas. Las medidas que se están dictando (y que tan acríticamente están ejecutando los gobiernos del Sur), necesariamente tenían que causar un malestar creciente en la población; malestar imposible de acallar en países democráticos. Tan ensimismados están los hombres de negro, los directivos del FMI, y demás servidores del “pensamiento único” en sus datos cuantitativos, que se les olvidó pensar que sus decisiones tienen efectos sobre seres vivos racionales. Si los ciudadanos no viven en una dictadura que acalle sus quejas, éstas se manifiestan. A dichos economistas se les suele olvidar que los países no son empresas, por más que les gustara a algunos. Un directivo puede tomar decisiones, por duras que sean para los trabajadores, en busca de optimizar los beneficios, más que en buscar la viabilidad de la empresa, sin que haya graves problemas sociales. Pero esta manera de proceder es imposible trasladarla a los gobiernos, porque las relaciones patrón-trabajador son necesaria y absolutamente distintas a las de gobernante-ciudadano.

Las medidas de recortes y austeridad a todo trance están sacando a muchos ciudadanos del sistema. Sólo en España, según el INE, la tasa de riesgo de pobreza es del 25%. Cuando tanta gente pierde la esperanza de volver a tener una posición dentro de la sociedad (un trabajo, unos servicios, una seguridad), es normal que esta parte de la ciudadanía se revele, que pierda el miedo, que tome conciencia de que ha sido expulsada del sistema. El que nada tiene que perder nada teme; por ello, es normal que cuando la población tiene la posibilidad de expresarse por vía de unas elecciones; muchas de estas personas excluidas del Estado de Bienestar no elijan a los partidos sistémicos. Si estas elecciones además son Europeas, las cuales se suelen utilizar por los electores para castigar al gobierno o a los partidos de su preferencia (por promesas incumplidas), nos podemos explicar el éxito de la formación Podemos; además de por sus aciertos propios, que, sin duda, algunos tendrán.

Si no se quiere que Europa se abandone a gobiernos imposibles, al auge de partidos extremos de todos los colores, o directamente antisistema, el Gobierno de Europa debe cambiar las medidas de recortes y la austeridad debe reducirse. Parece que así lo han entendido muchos presidentes europeos, especialmente los del Sur, y ya han pedido cambios en las políticas; y esperemos, por bien de todos, que quien de verdad manda en Europa sea receptivo a estas solicitudes. De lo contrario, se puede producir una deriva en breve, y las próximas elecciones pueden arrojar unos resultados que garanticen la ingobernabilidad y, por tanto, provoquen inestabilidad; que parece ser que es una de las situaciones que más temen los mercados.

Por supuesto que estos cambios no deben suponer un pendulazo que relaje el gasto, sobre todo el gasto improductivo, y elimine toda austeridad. Los que somos socialistas debemos evaluar de manera sensata qué Estado de Bienestar nos debemos permitir y cómo financiarlo. No podemos caer en la tentación de los partidos populistas o de aquellos que saben que será muy complicado que alcancen el gobierno, para imponer su programa máximo; donde prometen políticas que todos sabemos que son de imposible cumplimiento. No creo que sea inteligente que desde posiciones socialdemócratas se acepten automáticamente todas las demandas de los votantes, porque es un imposible ideológico; ya que algunas son contradictorias. Tampoco parece acertado asumir todos los postulados de los “indignados”, algo que puede ser una fuerte tentación. Pero, sin duda, algunas de las cuestiones que se plantean por parte de los ciudadanos de izquierdas sí debemos incluirlas en nuestros próximos programas.

Pero lo que parece claro es que debemos perder el miedo a hacer políticas distintas a las que en los últimos años se vienen imponiendo, como si no fuera posible elegir entre otras opciones. Si algún exceso se ha cometido cuando los socialistas han gobernado, habrá que analizarlo para eliminar esas prácticas, pero no podemos renunciar a nuestra posiciones de redistribución y solidaridad. Debemos sacudirnos el miedo que nos ha paralizado, facilitando que se haya colado en Europa y en todos sus gobiernos el programa liberal: cuanto menos Estado, mejor. Cada vez somos más los que pensamos que se han aprovechado la crisis para imponer un modelo económico que ningún partido conservador se hubiera atrevido realizar de no existir esta crisis. Es hora de exigir desde la socialdemocracia europea que se apliquen políticas económicas más humanas, que reduzcan desde ya el mucho padecimiento que se está infligiendo a demasiada gente. De no hacerlo, puede que Europa sucumba al populismo antisistema de todos los colores.