martes, 1 de octubre de 2013

El cortoplacismo, una perversión democrática

Aceptando sin ningún tipo de reservas que el sistema democrático es el mejor sistema inventado, y en el que quisiera vivir toda mi vida, no dejo de comprobar, por mi experiencia política, que encierra algunas perversiones. Una de ellas es el cortoplacismo en la toma de decisiones. La pregunta es por qué se da tan repetidamente esta situación. Una respuesta plausible estaría en el sistema de elecciones cada cuatro años; ya que ese será el plazo en el que gravitará toda la actividad política de un partido, y constreñirá decisiones de gran calado a ese tiempo, pese a que las consecuencias pudieran exceder ese periodo.

En principio, es un tiempo más que considerable para la gran mayoría de las decisiones que hay que adoptar en política, pero no lo es tanto para una planificación de desarrollo estructural que, necesariamente, ejercerá su influencia en un periodo de tiempo más largo. Un caso claro de esto lo podemos ver en las inversiones en infraestructuras, pero no sólo; hay otras políticas que requieren de unos tiempos mayores que los que nos marcan las legislaturas democráticas, como pueden ser las que afectan al sistema productivo o a la Educación. En España, vemos que ningún partido, ante las exigencias de la crisis –los recortes-, invierte en Investigación y Desarrollo, dejándolo para los tiempos de bonanza. Se echan de menos políticas de Estado para solucionar cuestiones que afectan directamente a la vida de los ciudadanos, es un dolor comprobar que la alternancia de gobierno viene acompañada de un cambio en la ley que regulará la Educación. No se pueden entender las alocadas políticas de infraestructuras llevadas a cabo por todas las administraciones, especialmente en las comunidades autónomas. Es decir, se aplican políticas coyunturales que dan escasos o contraproducentes resultados, en vez de tener una planificación a largo plazo, que sea –dentro de lo posible– inmune a los vaivenes políticos, a los lógicos cambios de partidos en el gobierno.

La gobernanza en los sistemas democráticos se ve debilitada por el exceso de cortoplacismo que aplican los partidos en su quehacer diario. Ese cortoplacismo está alimentado por la necesidad imperiosa que tiene esa organización en ganar las siguientes elecciones. Como dicen Nicolas Berggruen y Nathan Gardels en Gobernanza inteligente para el siglo XX: «la política se ha convertido en algo que gira en torno a las próximas elecciones en lugar de la próxima generación». Realmente es difícil que exijamos a los partidos que luchen contra su propio ser, los partidos son organizaciones que tienen como objetivo la consecución del gobierno para aplicar sus políticas; y todas las fuerzas internas irán en pro de ese objetivo. Si existiera alguna fuerza que aconsejara mesura, que propusiera medidas poco electoralistas, toda la organización tenderá no sólo a obviarlas, sino a ocultarlas. A ningún partido le suele gustar suicidarse. Tal vez esta actitud pueda ir contra la ética, pero no contra la esencia de los partidos.

Un caso preclaro de esta actitud es la que mantuvo el PP en las Elecciones Generales de 2011, en donde propusieron un programa electoral que ha sido prácticamente incumplido metódicamente. Es imposible que pudieran alegar desconocimiento de la situación en que deberían gobernar, porque cualquier persona medianamente informada sabía perfectamente en qué escenario se iban a mover. Sencillamente tenían que ganar unas alecciones que tenían en la palma de la mano y no las iban a dejar a escapara asustando a los votantes con el programa oculto, que sí sabían que tendrían que desarrollar.

Si el PSOE hubiera mirado a largo plazo, nunca hubiera adoptado algunas políticas fiscales que se llevaron a cabo en el periodo de bonanza económica. Fue cuando se dijo aquello de que bajar los impuestos era de izquierdas. Bajar impuestos nunca es de izquierdas, es una política de derechas. Para la izquierda, la política impositiva es sólo un instrumento que sirve para recaudar los ingresos suficientes para poder prestar los servicios que se estimen necesarios para las políticas sociales clásicas de estas formaciones. Mucho más ambiciosas en la izquierda que en la derecha, y por eso los impuestos siempre serán más altos con los partidos de izquierda que con los de la derecha. Renegar de esto es tirar nuestra ideología por la ventana. El hecho de que hablemos de los impuestos de manera vergonzante es porque sabemos que la ciudadanía exige unos servicios que se niega a pagar con unos impuestos proporcionales, como dicen los citados autores en la obra ya mencionada. Otra cuestión es analizar qué Estado de Bienestar nos podemos permitir para que la carga impositiva no lastre la viabilidad económica de un país, en un mundo globalizado y muy competitivo. Porque hay cierta tendencia en la izquierda a confundir, en ocasiones, la defensa de ciertos privilegios con un Estado de Bienestar razonable; pero eso sería materia para otro artículo.

Una política anticíclica en el PSOE hubiera sido mantener los impuestos y haber evitado alegrías como el cheque bebé, ya que en bonanza es cuando menos cuesta pagar impuestos y servicios, para hacer hucha, para generar las suficientes reservas para cuando la economía se deteriora. Si se hubiera hecho eso, que desde época bíblica se nos aconseja, tal vez el gobierno no tendría que haber realizado los fuertes recortes que le impusieron; ya que hubiéramos tirado de los ahorros, que para eso deben estar y no para hacer estúpidas infraestructuras (las que lo sean), que son un despilfarro y un constante desangramiento por la vía de mantenimientos e intereses. Aquellos recortes en contra del programa socialista nos llevaron a perder las elecciones y quedó el partido en una difícil encrucijada. Es cierto que había superávit cuando todo empezó a ir mal, pero mayor sería si se hubieran mantenido los impuestos; y otra cuestión es cómo se debió emplear ese superávit para reanimar la economía.

Una vez más el cortoplacismo impidió tomar una medida previsora, ya que parece que ningún político es capaz de generar reservas, no sea que las que se hagan las puedan disfrutar otros políticos de otra formación. Sólo los políticos que son capaces de romper estas tendencias partidarias se les puede considerar estadistas, y la verdad es que esto no se estila en la política actual. Una posible explicación es que demasiada gente hace de la política su medio de vida, se profesionaliza, y por tanto el afianzarse en el puesto mediante la consecución de una victoria electoral se hace imprescindible. Es tan humano como contraproducente. Tal vez la limitación de mandatos podría paliar esta situación, aunque no estoy del todo convencido. Lo cierto es que una excesiva profesionalización de la política puede llevar a tomar decisiones más partidistas que estadistas. Es un mal que debemos examinar en los partidos y dar respuestas inmediatas; o más pronto que tarde dejaremos de interesar a los ciudadanos. O puede que ocurra algo peor, que estos se echen en brazos de partidos populistas de toda clase y condición, que pudieran poner en peligro mismo la democracia.