jueves, 15 de octubre de 2009

La crisis en la Administración Municipal

Como no podía ser de otra manera, la crisis también tiene su reflejo en la administración municipal. La fiesta de los fuertes ingresos por vía de la construcción se han terminado de golpe, y ya no volverán en esa cantidad nunca, y los que vengan aún tardarán en llegar. Esto ha llevado a gran número de ayuntamientos a su límite financiero. La explicación de por qué se ha llegado a esta situación la podemos complicar hasta donde queramos, pero haciendo una abstracción podemos concluir: que con esos dineros, los ayuntamientos empezaron a dar unos servicios por encima de lo que la ley les exige; de una calidad por encima de los exigible, y soportados en gran medida por las arcas municipales.

A toro pasado es fácil sentenciar: que no lo hubieran hecho, la cuestión no es tan sencilla. Si los ayuntamientos se “meten donde no les llaman” no es sólo por gusto, que algo de esto también hay; sino en gran medida por la fuerte presión ciudadana, que exige unos determinados servicios, sin importarles de quién es la competencia. Al desconocer esta distribución competencial los vecinos siempre tiran por la calle de en medio, que es la más fácil, y no dudan en exigir a la Administración más cercana, el cumplimiento de esos servicios.

Un político local, en tiempos de mayor penuria, esquivaría estas exigencias diciendo que no hay dinero, y que en todo caso, esas reclamaciones habría que hacerlas en otras Administraciones (Autonómica o Estatal); y como mucho, lo que se prestaría a hacer es a encabezar y dirigir la protesta/petición. Pero en los no tan lejanos tiempos en que el dinero entraba con cierta alegría, este mismo político local, decía: ¡que necesidad hay de ir a pedir estas lógicas exigencias de mis vecinos a otras instancias, sabiendo que el resultado es casi siempre escaso, si nosotros ahora nos lo podemos permitir! ¡Qué más quiere un político que poder satisfacer las necesidades de sus vecinos! Y ese es el pecado original de nuestras actuales penurias.

Esos dineros extraordinarios se han acabado, pero después de tantos años de bonanza, muchos ayuntamientos han creado unas estructuras que ahora no pueden soportar con los ingresos ordinarios. Ahora es difícil explicar a los vecinos que la educación de cero a tres años no es obligatoria, y que los ayuntamientos aportan un dinero no desdeñable en soportar este servicio, y que en todo caso no sería competencia suya. Cómo explicar que todo lo relacionado con la educación (reglada: colego e instituto, no reglada: escuela de música y aula de adultos y actividades extraescolares) es una competencia que tienen transferida las comunidades autónomas, y no por ello, los municipios dejan de aportar una buena cantidad para su mantenimiento. Cómo decir a los vecinos más desfavorecidos que los Servicios Sociales es una competencia autonómica. Podríamos alargar esta relación, hasta completar eso que los ayuntamientos llaman gastos impropios.

A este meterse en camisa de once varas, también hay que añadir que se ha abusado de los gastos improductivos. Esos que no generan ningún tipo de riqueza, sino más bien todo lo contrario. Las fiestas muy por encima de lo que nos podíamos permitir, y no sólo hay que referirse a la patronales, sino a todos los innumerables actos lúdicos que nos hemos ido inventando a lo largo de estos años con cualquier excusa. Los municipios al igual que hacen los nuevos ricos, han ido sacando pecho y diciendo esa frase tan grata a algunos descerebrados: “esto lo pago yo”. ¡Cuántas absurdas actividades han sido soportadas por el patrocinio de los ilustrísimos ayuntamientos!

También es sabido que en tiempo de bonanza, el dinero se gasta con mucha más alegría, y se han producido algunos gastos corrientes, que eran perfectamente prescindibles.

Si de los gastos impropios es claro que podemos echar las culpas a otras administraciones, de los gastos improductivos no podemos mirar para otro lado, la culpa es sólo nuestra y lo único que queda hacer es un acto de contrición y prometer que nunca más.

Para complicar más la situación de los ayuntamientos, está la siempre denunciada aberrante financiación municipal. Después de más de treinta años de funcionamiento sigue siendo la Administración pobre del Estado. Esta financiación es desde luego escasa, pero lo que es peor, es que es absurda. Una parte muy importante de los ingresos que reciben los ayuntamientos es por vía de las subvenciones, es decir, dependen de la concesión o no (no es un ingreso fijo) de las mismas y en muchas ocasiones estas subvenciones no sirven para maldita la cosa. Además muchas de ellas lo que promueven es la inversión en infraestructuras, que inmediatamente ocasionarán un gasto corriente que difícilmente podrán soportar los municipios. Aunque nunca se diga, el recibir un importante porcentaje de los ingresos por subvenciones va en contra de la ya muy debilitada autonomía municipal que recoge la Constitución; ya que las Administraciones que las otorgan (en gran medida las comunidades autónomas) deciden en qué hay que gastar sin tener en cuenta, en ningún caso, las necesidades de los ayuntamientos.

De todos es conocido los males de la financiación municipal, pero no parece que se vaya a abordar ésta en el corto plazo, de momento el Gobierno la ha trasladado al 2011, y entonces veremos. Así que pese a luchar por que este sistema financiero cambie, lo que nos queda es asumir la situación tal como está; y con estos mimbres afrontar la situación de crisis en que estamos inmersos. De nada vale esperar a que venga algún salvador justiciero, porque no va a llegar; tanto el Estado como las Comunidades están en una situación financiera mala, y poco van a poder hacer por nosotros.

Tampoco creo que sea muy inteligente limitarnos a lamentarnos por las consecuencias que nos está produciendo la crisis económica, como si fuera una maldición ante la que nada se pueda hacer. Las crisis son un momento de oportunidad, oportunidad para analizar las causas y eliminar las variables que ahora nos están causando tanto sufrimiento; con la intención de que una vez superados los momentos de dificultad dejemos un sistema más saneado, productivo y sostenible.

Sin duda son momentos que exige lo mejor de cada político. Son momentos en que se deben adoptar medidas complicadas y posiblemente impopulares, pero ante las que no caben las dudas. Si siempre es un pecado anteponer los intereses de partido a los generales, en momentos de crisis es un delito de alta traición. Es el momento de tomar decisiones pese a que éstas puedan ocasionar un desgaste electoral, no cabe otra. Para estos momentos no valen los libros de estilo, los lugares comunes ni andar regalando oídos, son más bien tiempos para el: “sangre, sudor y lágrimas” de Churchill. También es tiempo de dar muchas explicaciones y dar la cara, aunque sea para que te la partan. Cuando vienen mal dadas, es difícil dar explicaciones, ya que el ciudadano está a la contra, pero no hay otra, sólo explicando con toda claridad lo que hay, es la única manera de intentar tranquilizar a la ciudadanía.

Los municipios tenemos una enfermedad que no la vamos a poder curar con aspirinas, sino con técnicas agresivas, que van a dañar parte de nuestro organismo; pero que si las aplicamos convenientemente saldremos vivos de esta coyuntura. Eso sí, sabiendo que nuestro cuerpo ya nunca será igual al que teníamos antes de la enfermedad.

Hay que sacar una moraleja de esto que nos está ocurriendo, y es que es bíblico que a tiempos de vacas gordas le siguen años de vacas flacas, y lo que hay que hacer es acumular en los años de bonanza y no malgastar los excedentes para estar mejor preparados para los seguros periodos de dificultades que han de venir.