jueves, 20 de enero de 2011

La postura de la Iglesia ante la inmigración

Uno viendo en que se ocupa en los últimos tiempos la Iglesia, cuáles son las noticias que genera, cuáles son sus afanes y cuáles son las cuitas que le ocupan; podría pensar que casi todo su quehacer se centra en el sexo, su práctica y todo lo que de él se deriva. Si se siguen las declaraciones de su máximo representante y de su jerarquía, observamos que gran cantidad de la información que emiten tiene como epicentro el sexo. Bien por los problemas graves de pediastría que arrastra, bien por el uso o no del condón, bien por sus opiniones sobre la homosexualidad, bien por sus manifestaciones en contra del control de la natalidad… Uno estaría legitimado en pensar que para la Iglesia casi todos los problemas de la humanidad se centraran en esta cuestión.

Afortunadamente en las sociedades avanzadas no hay ningún problema con el sexo, entre otras cosas porque hace oídos sordos a toda la doctrina de la Iglesia. En España sin ir más lejos, casi nadie sigue sus dictados en materia sexual; ni siquiera entre los que se declaran creyentes, ya que practicantes apenas quedan. Esto es una realidad objetiva que no merece siquiera demostración. Pero si alguno tuviera alguna duda, solo tendría que observar cual es la tasa de natalidad (en 2010 es de 1,40 hijos por madre); lo que nos demuestra que son pocos los que sólo practican sexo con la intención de procrear. Tal y como dice la Iglesia que hay que hacerlo, basándose en el pacto que Dios hizo con Noé: «Creced y multiplicaos y poblad la tierra (Génesis 9, 1)».

En estas cuestiones ginecológicas anda permanentemente enzarzada la Iglesia, obviando otras enseñanzas de mucho mayor calado social, pero de las que apenas oímos nada, entre el atronador ruido que producen palabras como: abstinencia, castidad, preservativos, paidofilia, homosexualidad, tradición, familia-cristiana y demás zarandajas.

Desde luego echo en falta la palabra de la Iglesia en una cuestión que creo que es más de su incumbencia, como es la inmigración, y de la que apenas nada he oído. ¡Cómo me gustaría, que desde sus púlpitos, se aleccionara a sus feligreses para que tengan una mayor tolerancia con los inmigrantes! En vez de acicatearles para que salgan a las calles para defender la familia cristiana tradicional, en contra de las leyes del Estado, cuyo imperio es para creyentes y no creyentes, para católicos y para practicantes de cualquier otra religión.

Qué lejos queda en mi recuerdo la canción ‘Cristo te necesita’, de extrema cursilería parroquiana, que decía: «No te importe la raza ni el color de la piel, / ama a todos como hermanos y haz el bien […] Al que viene de lejos dale amor […] / Al que habla otra lengua dale amor». Cuando se cantaba en las iglesias apenas había inmigración en España, entonces uno giraba la vista si se cruzaba con un negro o con otra persona de rasgos poco habituales, ante lo exótico del suceso. Cuando sólo sabíamos de los pobres del Mundo por el día del DOMUND, y por algunas noticas que siempre aparecían en la televisión sobre las hambrunas de África. Eran pobres en lejanos países que apenas nos molestaban con su miseria. Ahora que muchos de ellos se han trasladado aquí, en busca de una vida mejor. Ahora que con la crisis se les ha dejado de verles como una mano de obra barata, y se empieza a verles como un problema, es cuando se echa de menos la voz solidaría de la Iglesia, para denunciar los abusos y la xenofobia.

Tal vez sea tiempo de recordar algunas de las Obras de Misericordia Corporales de la Iglesia Católica, como son: «Dar de comer al hambriento / Dar de beber al sediento / Dar posada al peregrino». Lo ideal sería que no se hiciesen estas obras como obras de caridad, sino como un acto de justicia social. Ahora entiendo lo que algunos curas del Colegio decían en clase de Religión, lo difícil que era ser un buen cristiano, ya que esta doctrina exigía mucho a sus feligreses. Mucho es lo que se pide a los cristianos en el Nuevo Testamento, donde Jesús propone unas enseñanzas revolucionarias, por lo que tienen de denuncia de los poderosos, por lo que tienen de emancipación de los pobres, por lo que tienen de extremo amor por el prójimo, por el otro, por el diferente, incluso por el enemigo. Uno puede ver enseñanzas rayanas en una especie de comunismo primitivo, de igualitarismo radical. Razón esta que le ha llevado a Sánchez Dragó a decir: «No puedo ser de izquierdas porque es una secta del cristianismo, ya que recoge la más delirante idea que jamás se haya formulado: el igualitarismo». Pero no se lo tengan muy en cuenta a este orate, ya que uno puede recordar como se prestó, patéticamente, a introducir en TVE la película de Martin Scorsese ‘La última tentación de Cristo’, desde una posición de cristiano heterodoxo, para evitar posibles quejas de algún televidente ultramontano. Hoy dice esto y mañana lo contrario.

Pero algo de razón debe tener Dragó cuando en el Evangelio de Lucas podemos leer algo como esto: «Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite la capa, ni aun la túnica le niegues. A cualquiera que te pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva (Lucas 6, 29-30)». Y también: «Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores prestan a los pecadores, para recibir otro tanto (Lucas 6, 34)». Evidentemente estas enseñanzas del capítulo de las Bienaventuranzas van en contra de toda lógica capitalista. Son de un rigor en su desprendimiento y solidaridad, que me es muy difícil aceptar, pero yo tengo alguna ventaja sobre algunos de los que se pueden partir el pecho diciendo mea culpa, no soy creyente y estas palabras no me obligan.

Lo cierto es que ante las exigencias y enseñanzas que se pueden leer sobre todo en el Nuevo Testamento, surgió inmediatamente un ejército de exégetas para explicar lo que quieren decir los libros sagrados. Ni que decir tiene que sus interpretaciones en nada o poco tienen que ver con las clarísimas palabras que recogen los cuatro evangelistas. A lo largo de la historia la labor de la Iglesia y su cuerpo de intérpretes han centrado toda su actividad en poner sordina a la doctrina más radical de Jesús y poner en primer plano cuestiones que poco o nada tienen que ver con sus enseñanzas. Hoy desgraciadamente la Iglesia está más centrada en aspectos epidérmicos, como son los normativos y litúrgicos que en enseñar y divulgar lo esencial de la doctrina y en exigírsela a sus seguidores.

Es triste sentir el silencio de la Iglesia ante el drama de millones de seres que escapan de sus países buscando una vida mejor, y que en muchas ocasiones son tratados como apestados, como ladrones, como delincuentes. Que son en muchas ocasiones explotados por empresarios sin escrúpulos, que son perseguidos por xenófobos, o señalados por algunos partidos como un problema, para conseguir votos. Y estas palabras no las digo desde el buenismo, sé de los problemas que una inmigración descontrolada puede ocasionar. Ni siquiera soy partidario del multiculturalismo, más bien de que las normas del país valen para todos, al que le convengan: bien y al que no: puerta. Quiero que al delincuente se le trate con todo rigor, haya nacido en Tetuán de Marruecos o en Tetuán de las Victorias. Estoy de acuerdo con la expulsión de los delincuentes extranjeros, ya que no supieron aprovechar su oportunidad. Lo que no puedo soportar es la criminalización generalizada, o la visión de que los inmigrantes son unos getas que vienen a aprovecharse de las ventajas de las sociedades más avanzadas. Soy consciente de los problemas (y no lo olvidemos de las ventajas) que puede ocasionar la inmigración, pero no es de justicia, acogerles cuando nos conviene y tirarles una vez que han sido convenientemente usados. Todas las actitudes xenófobas están basadas en el puro egoísmo, de las clases más desfavorecidas, porque se consideran competidores directos con los inmigrantes por los servicios del estado del bienestar; y de las clases más pudientes, ante el temor de que tengan que pagar más impuestos para poder financiar los servicios que el movimiento migratorio pueda ocasionar.

Supongo que la Iglesia intenta paliar las situaciones más desesperadas con su ayuda caritativa: reparto de alimentos, ropa y otros materiales; lo que no es nada desdeñable. Pero uno echa de menos una actitud de mayor calidad, como es exigir a sus feligreses que hay que acoger, compartir y solidarizarse con estas personas que pasan penalidades. Debería recordarles este versículo, tan radical, que advierte sobre las consecuencias del egoísmo: «Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos (Mateo 19, 24)».

Tal vez sea una impostura que alguien que no pertenece al seno de la Iglesia, diga lo que espera de ella; impostura que se iguala, supongo, a cuando la Iglesia no se limita al ámbito de sus fieles, y pretende que se legisle para toda una sociedad diversa, bajo el prisma de su exclusiva doctrina.