El nacionalismo es una ideología con altos componentes de irracionalidad
e insolidaridad. Es difícil hoy aceptar que alguien es mejor que otro o, en el
mejor de los casos, distinto, por haber nacido en un determinado espacio.
Cuando no hace falta explicar que el lugar de nacimiento no lo elige nadie, es
un puro albur; y experimentar orgullo sobre algo en el
que no se ha puesto el más mínimo esfuerzo parece excesivo, cuando no ridículo.
Incrementan la irracionalidad los falsos argumentos históricos que todo nacionalismo
siempre aporta para justificar su posición. Para creerse algunos hechos
históricos tergiversados por la óptica nacionalista hace falta tener más fe que
conocimiento.
La insolidaridad que encierran casi todos los nacionalismos “ricos”
(Cataluña, País Vasco, Padania, etcétera) no se puede cuestionar. Desvestido de
todas las alharacas con que suelen acompañar sus argumentos, lo que queda es
una propuesta sencilla: no queremos compartir nuestra riqueza con las regiones
más desfavorecidas del Estado. Si bien esto pudiera ser aceptable desde otros
espectros ideológicos, desde el socialismo es sencillamente intolerable. En
Cataluña, ni partidos de izquierda como Esquerra Republicana de Catalunya, se
ocultan en reconocer este argumento de una manera descarnada, tal y como así lo
declara Oriol Junqueras: “Si cada año no desapareciese de nuestro país un 8% de
nuestro producto interior bruto, cada 10 años lo doblaríamos y cada 10 años
seríamos el doble de ricos” (Borrell y LLorach. Las Cuentas y los Cuentos de la independencia,
Catarata 2015, pág. 22).
Es cierto que hay muchos tipos de nacionalismos, en unos priman más los
componentes económicos, como son los que rigen en las regiones ricas que
pretenden desligarse de las zonas depauperadas de su estado; y en otros, más los componentes históricos,
en donde tienen más importancia los supuestos agravios recibidos. Pero en
cualquier caso, todos los nacionalismos son rechazables desde una visión
socialista.
La posición del socialismo español con los nacionalismos periféricos es
desde hace demasiado tiempo difusa, líquida, cambiante, y desafortunadamente -o no- diversa. Habría que conocer cuál es el origen de esa incomodidad de la
izquierda ante los nacionalismos, cuando dos de sus principios rectores son: la
igualdad y el internacionalismo. Sin ningún género de duda, una explicación es
la irreflexiva reacción al concepto franquista de nación y de los nacionalismos
periféricos, lo que ha sometido a parte de la izquierda a un complejo de
culpabilidad, al que se debe enfrentar y descartar definitivamente. Todos los
territorios sufrieron por igual la represión del Régimen, sin primas por zonas
geográficas. Otra explicación, sólo válida para el principal partido de la
izquierda española, el PSOE, es el excesivo miramiento que ha tenido con
posiciones alejadas de sus postulados por cálculo electoral; especialmente en
Cataluña. Donde el PSC siempre ha sido un granero de votos y de diputados
nacionales. Dentro del PSC siempre han existido corrientes cuasi nacionalistas
o abiertamente nacionalistas, que han condicionado demasiado la posición
nacional (o federal) del partido. Hoy ese granero ha dejado de existir, pero la
incidencia del PSC sobre la visión de España que hoy adopta el PSOE sigue
siendo enorme e innegable.
Parece que la solución que propone el PSOE puede venir por implantar un
federalismo asimétrico (en España uno de los primeros partidos que lo propuso
fue la hoy extinta Convergencia Democrática de Navarra de Juan Cruz Alli) y
conseguir que Cataluña se encuentre cómoda en una reformada Constitución. El
concepto de comodidad en relación con la Constitución es tan nuevo y etéreo que
es difícil de criticar. Cuando se concrete más esa “comodidad” será el momento
de opinar. Desde una posición jacobina es complicado aceptar estas asimetrías y
estos reconocimientos explícitos a determinados pueblos en la Constitución,
porque en ese preciso instante se estarán creando agravios a otros. Todos los
pueblos tienen particularidades, y reconocer unas y no otras será origen de futuros
conflictos; con Andalucía está prácticamente asegurado.
La solución parce compleja, entre otras cuestiones porque la propuesta
de reforma constitucional que hace el PSOE necesita la aprobación de dos
tercios del Congreso para que prospere y en el futuro cercano no parece que se
vaya a dar esa coyuntura. Pero independientemente de cuestiones técnicas cabría
preguntarse si la propuesta que hacemos es progresista y racional. Parece
complicado que esta solución cumpla con estos conceptos, pero muchos seriamos
los que estaríamos dispuestos a renunciar a principios muy caros de nuestra
concepción social (Eppur si mueve) por
buscar una solución definitiva (nunca transitoria) del problema catalán.
Se podría argumentar que la asimetría está ya implantada en el Estado,
desde el momento en que se aceptó el cupo navarro y vasco, teniendo como base
el anacronismo de los fueros. Fueros que en el caso de Navarra, Franco los
mantuvo como premio por la aportación carlista (la nacional-católica de antaño
y no la abertzale de hogaño) en la Guerra Civil. Asimetría que existe desde el
momento que hay autonomías de dos velocidades; pero que exista ésta, no quiere
decir que sea buena per se; es más,
uno de los principios del socialismo debería ser ir mitigando estas diferencias
para alcanzar sociedades lo más igualitarias posibles.
Sin duda el PSOE se encuentra en una encrucijada, debe elegir entre una
postura de sosegamiento de la cuestiona catalana, lo que necesariamente nos
supondrá la pérdida de votos de votantes de izquierdas que defiendan una visón
unitaria de España (incluyendo Cataluña),
que será recogida por Ciudadanos. Ya hemos visto como en Cataluña nos ha
superado ampliamente este partido, especialmente en los pueblos de tradición
socialista. La otra opción es adoptar una posición más ortodoxa, que sin duda
mantendrá en la máxima tensión el problema catalán, lo cual puede que sea
insoportable para Cataluña y para toda España. Puede que la elección de esta
postura incomode a muchos socialistas porque pudiera coincidir, aparentemente
con la defensa de España que hace el PP. Pero aunque el resultado final pudiera
ser similar el origen es bien distinto. Los populares defienden la unidad por
territorialidad, por una idea patrimonial de España. La defensa de la unidad
desde el socialismo tiene como único origen la igualdad; puede que esto no
valga a muchos los catalanes, pero no deja de tener su importancia.
Realmente, el problema es complejo, tal vez una solución sencilla agrave
más la cuestión catalana. Todos, por humildad intelectual debemos renunciar a
posiciones inamovibles. Solo cabe esperar que el PSOE sepa elegir lo más
correcto, o al menos, lo menos malo.